miércoles, 11 de julio de 2018

Lo conocí en un bar (...)

Frase pronunciada por una mujer, por lo menos una vez en su vida. 
Con desidia, desdén, melancolía, euforia y quizás, algo de desenfreno; pero al fin y al cabo, pronunciada.
¿Qué pasa en un bar? Pues tanto hombres como mujeres, ante la más mínima necesidad de compañía y aburrimiento sabatino, se lanzan en la búsqueda frenética de emociones fugaces consolidadas bajo la efervescencia de algunos grados de alcohol.
Podría decir que esta entrada fue el producto de un cuasi experimento social, en una noche de tímidas observaciones en un ambiente conocido; en medio de mucho sudor y baile, música en vivo y un mojito en 2x1.


¿Dos cucharadas al caldo y...? No siempre.
Es tan interesante ver el comportamiento humano desde la ventana polarizada de la vida: yo puedo ver, mientras que aquél que es observado, ni se inmuta. 

Debo decir que algunos caballeros ejecutan un plan magistral; estudian la población femenina del lugar, se acercan, conversan, te invitan a un trago, te dejan en (Ctrl+Alt+supr) mientras invitan a bailar a otras chicas; para que así tú no te sientas "la escogida" inmediatamente y puedas ser presa de su encanto, más fácilmente.

Un tipo que le sacó el mejor provecho a la película Beautiful mind.
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Es tu cara, es tu pelo, son tus besos, me estremezco...¿Uh-oh?
Ahora dirijo mi mirada a las mujeres.
¡¡Cómo nos molesta a las mujeres que se muestren indiferentes con nosotros!! Pero ojo, tampoco es que los hombres "tipo caracol" nos agraden en demasía. Una justa medida, viene bien.
Ahhh un momento. Nosotras las mujeres...  ¡¡¡Cuán coquetas y obvias somos (desde el punto de vista de otras mujeres) en nuestras movidas!!! Por Dios. 
El cabello detrás de la oreja para descubrir el perfil, la sonrisa, la mirada, las idas frecuentes al baño; todo un ritual para aparecer en el radar. A ver niñas, si el manual de entendimiento de las mujeres aún no está escrito, es sólo porque a los hombres les da pereza redactarlo. Pero tenemos un código de barras completamente descifrable para un buen entendedor.

Pues bien, cuando las miradas se encuentran en ese azar de la noche y ocurre ese nirvana; ya no hay marcha atrás. Shakira tiene una frase que describe perfectamente este momento: "(...) con el fuego por dentro y las hormonas presentes, por la ley del magneto se acercaron los cuerpos..."

La escena del cortejo.
Cuando el cortejo tiene lugar en una pista de baile (y digo cortejo porque prácticamente con estos ritmos musicales tan "lo que Usted desee añadir aquí", el posterior apareamiento es casi un axioma), hay muchas cosas que suceden sin premeditarlas. Una serotonina salida de control hace alarde mientras que las manos masculinas atraviesan las barreras de la espalda sin restricción alguna y en cambio, avanzan ayudadas por el sudor de ambos, producto del deleite.
Unas manos femeninas que se elevan hasta alcanzar el cuello de su pareja y que permiten una cercanía más íntima, más buscada, un calor que no resulta incómodo; permitiendo al mismo tiempo una mayor libertad para el contoneo de las caderas.
Unas caras que, en perfecto ángulo logran acomodarse como entrelazadas, sin estorbar y sin dejar de bailar; hasta que llega un beso tímido, quizás robado, desapercibido entre la muchedumbre; sellado con una sonrisa esporádica y ciega.

Salí del bar a la 1:30 a.m., luego de haber sido testigo de este idilio. Desconozco qué habrá pasado después entre ellos.
Una historia como esta podría resultar típica ante los ojos de una espectadora como yo, pero indudablemente; siempre será única para quien la vive.

¿Y qué pasa luego de una noche de bar?
A una edad, mayor que mi edad; probablemente un guayabo muy hijuemadre.


¡Saludos de vuelta a mis lectores de bar-en-bar!