domingo, 4 de julio de 2021

A mi hermanita mayor

Con los años la vida te vuelve más sensible, reflexiva y agradecida. Así me siento a mis 35 años de vida, con muchos propósitos para cumplir y algunos sueños ya realizados.

En mi café de la tarde, luego del almuerzo, miraba por la ventana sin pensamiento alguno concreto en mi cabeza y empecé a pedalear en recuerdos. Y en el letargo de la escena, la encontré a ella, con esa mente creativa que siempre ha tenido, jugando con el armatodo y construyendo la casita del pesebre. Me fui a los años 90 y me instalé allí. 

¡Tantas memorias hacen fila por ser atendidas, que solo tuve remedio de encauzarlas así! Crecimos juntas, y por muchos años mi mamá adoraba vestirnos con la misma ropa, como les suele suceder a muchas hermanas; hasta que ella misma empezó a rebelarse en contra de esa costumbre y a seleccionar su propia ropa cuando nos llevaban de compras. A veces me gustaba más su ropa que la mía y siendo adolescentes, me la ponía sin su permiso y me pegaba unos "griticos" bien merecidos.

Compartíamos muchas cosas. De ella era la idea de grabar las canciones en la emisora y luego "copiar letra". De ella, la pasión por leer, dibujar y escribir en el diario. Hoy le confieso que aunque los guardara bien, siempre di con ellos para poder leerlos. Ops!, lo siento :(

Siempre me ha cuidado y demostrado afecto a su manera; esto lo he entendido con el tiempo. Una vez, recuerdo que, estando en el colegio, tuvo lugar un episodio por el que muchas amigas me dejaron de hablar durante un cierto tiempo. Era el día de mi cumpleaños del año 1997 (puedo ser imprecisa). Frente a la mirada atenta de una profesora, ¡¡me reventaron un huevo en la cabeza... dentro del colegio!! Juro que hoy lo recuerdo y me da mucha risa; pero en ese entonces fui un mar de lágrimas, rabia e impotencia. Sin embargo, luego de que todas mis amigas desfilaran por coordinación académica y firmaran el temible libro negro de disciplina, a mi hermana le informaron lo ocurrido y al llegar a esa oficina solo exclamó, entre risas nerviosas: "Ay Vanessita, ¡¡cómo quedaste!! pero te lavas y ya". Yo quería ahorcarla, no es broma.

Jannina, es su nombre. Un nombre que mamá dice haber visto en una revista y le pareció acertado y sí que lo es. Aunque por muchos años creímos que era de origen italiano, al parecer es hebreo y habla de una persona responsable, creativa y dinámica. Así lo confirman sus habilidades y pasiones (las de siempre y las nuevas): le gusta dibujar, cantar, bailar, conversar, cocinar y montar en bicicleta... y todo lo hace bien; no alardeo. Mentiras, se "pega sus destempladitas cantando", ja ja ja.

- Tulita, ¿tus hijas son gemelas? 

- No, se llevan un año de diferencia

- Ay! Pero es que son igualitas...

Creo que en algún momento ya estábamos cansadas de la comparación. Y hacíamos hasta lo imposible por destacar nuestras diferencias: "mira su nariz", "mira mi color de piel", "sus ojos son más grandes"; -ella se parece más a mí y Vane a su papá-, decía con vehemencia mi mamá. 

Ella siempre ha lucido como la hermana menor, y a pesar de tener unos cuantos centímetros de más, aún me sigue llamando "mi hermanita".

Hoy, quise escribirle a ella, porque me siento feliz y agradecida de llamarla y tenerla como mi ejemplo, de verla y sentirme orgullosa de ser su hermanita, de ver su disciplina,  tenacidad, berraquera, y de asumir con valentía situaciones difíciles con su frase: "Yo no estoy peor que alguien más".

Nota al pie: La primera foto fue tomada en Medellín en el año 1989, en el barrio viviendas del sur (Itagüí) donde crecimos, minutos antes de ir al "Jardín Infantil Regina" y segundos antes de que a Jannina se le cayera el ganchito de la cabeza, porque todos se le resbalaban. 

Te quiero, hermanita mayor.